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viernes, 20 de abril de 2012

Matemáticas y otros morbos.


Movido por un interés que se arropa en lo sentimental, sin perder esencia y orígenes analíticos, me dispongo a relatar  un pasaje de mi vida en la universidad (facultad, diría la generación que nos engendró), de un modo un poco diferente. Quizás ya terminado éste palabrerío, algún(a) observador(a) me señale con acierto la variante en el arreglo musical. Quizá no, quizá salga yo ganando con que terminen el texto y les deje un buen sabor de boca.

Hace unos días saludé con mucho gusto a un compañero de la universidad, los dos regresábamos en un vuelo nocturno hacia Guadalajara. Nuestra agradable conversación fue abortada por que yo era el siguiente en turno para documentar, nos despedimos con un “nos vemos en la sala de espera”. No nos volvimos a ver sino hasta el carrusel de equipaje en Guadalajara donde les expresé mi deseo de que llegaran pronto a casa, ya que ellos seguirían viajando hasta la ciudad de México.

El encuentro con Carlos, un "quillo" muy… atípico, me recordó mis albores en la facultad de Ingeniería (Industrial). Allí donde desde un principio compartimos algunas materias. Yo llegué de una preparatoria privada que se jactaba de tener un buen nivel académico, qué Foxismo¡! (diría Carlos Marín), quizá algún gabacho catalogaría mi expresión como un “oximoron”.  La realidad de mi nivel académico era despreciable comparada con el nivel mínimo aceptable de la facultad, sobretodo si hablábamos de ciencias exactas, si, matemáticas para ser muy concretos.

En ese entonces las matemáticas eran muy complicadas, desconozco hoy día si con tanto avance tecnológico se hayan simplificado. Lo dudo. Llevé “mate remedial” o como le llaman en otros sistemas “mate cero” con una profesora muy singular de nombre María Elena. Era una mujer menudita, de apariencia desalineada y con una inteligencia superlativa. Por cierto y a últimas fechas trabé una buena amistad con una de sus hijas que vive en el extranjero… Bien¡! María Elena pues. Así como algunos nos las ingeniamos para responder un albur con un esfuerzo equiparable a darle la orden al diafragma para respirar, María Elena tenía el don de ver un teorema matemático escrito en el pizarrón (donde por cierto no había absolutamente NADA antes de que ella deslizara el gis) y enseguida comenzaban a saltar a su cabeza mil doscientas formas de demostrarlo, expresarlo o aproximarlo mediante una brujería que no termino por comprender, a algún otro teorema que resultaba “parecido” y de esa manera lograba digerir pasta, partiendo de guijarros…

Carlos mi compañero se veía cansado en el aeropuerto, venía con sus tres hijos, si, tres. Él y su esposa parecían haber hecho hasta el último esfuerzo porque los vástagos disfrutaran las vacaciones. Platiqué brevemente con Carlos sobre su trabajo, siempre fue un tipo modesto (va saliendo lo atípico?), muy aterrizado y nada pretencioso (atípico¡!), te conocía por nombre y apellido y nunca dejaba de saludarte por los pasillos (atípico?¡!)…

Si… nunca me fue bien en los exámenes de María Elena, no daba yo pié con bola y como es de imaginarse, ese curso fue un fracaso total de naturaleza parcial y transitoria.

Recuerdo que después de haberme entregado una vergonzosa calificación final me dijo:

-Guillermo: Tienes tiempo de buscarme en la tarde en mi oficina?

-Si maestra (contesté) por ahí paso en la tarde.

No tenía ni la menos idea de la razón por la que quería hablarme, pero por su manera de conducirse éticamente, pensé primero que querría entregarme un trofeo a la idiotez, antes que pensar que me quisiera aprobar por lástima. Ninguna de las anteriores resultó una proposición con valor de verdad verdadero. Qué tal¡!

-Pásate (me dijo mientras acercaba una segunda silla a la mesa de trabajo que estaba en su cubículo), siéntate. (Continuó), mi compañera de al lado me cae tan gorda (se refería a otra maestra de cubículo vecino) me choca¡! Además tengo que decirle Teresita porque así se llama, así le pusieron¡! No puedo decirle Teresa¡! Ay me choca¡! (hace un silencio y se me queda viendo con ojos de Tú qué haces aquí)

-Me mandó llamar maestra (colaboré).

-Ah, si… para qué te mandé llamar? Ah¡! Si. Te fue de la patada en el examen verdad? No atinaste ni una… Fíjale que ayer estaba viendo una película en la tele, de esas de mucha acción y balazos y toda la cosa. El muchacho chicho de la película llega al final a rescatar a la muchacha y no hombre¡! Se friega a todo mundo bien suave y sale con la muchacha en brazos…

Comprenderán ustedes el asombro que me atarantaba ante la conversación cuando yo solo podía pensar en como un 30 sobre 100 se podía convertir en una mínima aprobatoria de 70 sobre 100…

Continúa María Elena con su relato… Entonces, la muchacha ya cuando se ve a salvo y que éste cuate la baja de sus brazos, se le echa encima a besos y con unas caricias muy pasadas de tono…

En ese momento créanme que pensé que era la manera más creativa que jamás había escuchado de proponer un trueque carnal-académico.

Sigue su historia… Y yo pensé, qué desfachatez de vieja, éste la acaba de salvar de  las garras de la muerte y lo primero que se le ocurre a ésta es querérselo echar al plato¡!... (hizo una breve pausa y continuó)  Pero enseguida pensé, en la historia ésta mujer era de la vida galante, ese era su oficio, era lo que ella sabía hacer y la única manera que tenía de pagarle.

Nunca me sentí tan confundido y tan desprotegido ante incertidumbre alguna…

María Elena después de verme fijamente a los ojos por un momento, me dice?

-Oye… tú no sabes hacer otra cosa???

Ya no me esfuerzo a éstas fechas por no reírme al recordar el episodio, alguna vez lo hice y los resentimientos se acumularon en formas que solo frenaban mi avance, me sentí ultrajado por las matemáticas y la revelación se vino de aventón con María Elena. Hoy día sin excepción dejo salir una sonora carcajada cada vez que recuerdo ese momento.

-Como a qué se refiere maestra (repliqué por inercia)?

-Pues si oye, no se te da la música, la actuación o tienes algún hobbie  en el que seas realmente bueno y que lo puedas explotar, a lo mejor lo tuyo es “la artisteada” y aquí estás perdiendo el tiempo en una ingeniería. Piénsalo, a lo mejor lo tuyo está en otro lado.

Vagamente recuerdo la manera en la que  terminó la conversación, recuerdo haber dicho algo así como gracias (porque eso si, siempre he sido muy educado) y salí de su cubículo para caminar al estacionamiento, me urgía desaparecer de ese incómodo lugar.

Carlos mi amigo se veía muy cansado en el aeropuerto, ya se los mencioné?... Me platicó que recién comenzaba una nueva vida en la capital a donde lo habían transferido de trabajo. Se quejó entre otras cosas de lo “echadores” que son los capitalinos y cuánto hablan de dinero, particularmente de aquél que no tienen… No te preocupes mi Carlos, encontrarás un amigo poco pretencioso y sincero justo como yo encontré uno aquí en Guadalajara.

Tenía razón usted María Elena, no lo vi en ese momento, me pregunto si alguien puede a esa edad. Aprendí a hacer mejor muchas cosas más, si bien es cierto que tardé más de lo éticamente debido en terminar mi Licenciatura en Ingeniería, ese hecho nunca me ha estorbado. 

Quizás alguien se identifique con lo arriba escrito, quizás alguien más recapacitará acerca del uso de su tiempo, me queda claro que todo aprendizaje es bueno, pero no todo es igualmente productivo mientras se gesta.

Les dije que Carlos se veía muy cansado? Ojalá hayan llegado pronto a casa amigo.



Francisco Delfino.

miércoles, 18 de abril de 2012

(Ding¡!) Hemos iniciado nuestro descenso...


Dicen (y con mucha razón) que uno cuando sale de viaje piensa que por alguna mágica causa los “problemas” desaparecen, solo para encontrarse al regreso con la cagante tarea de desempacar la maleta y sacar de ella hasta el último “asunto pendiente” junto con los calcetines sucios… Será por eso que mis maletas duran por semanas semi-deshechas? Que sea por eso entonces.

Los aeropuertos son lugares muy interesantes. Culódromos (perdonen lo gráfico de mi narrativa) muy nutridos y variados -no me engaño a mí mismo- las mujeres más guapas y en sus mejores casuales/cómodas galas se pasean por los corredores y se sientan en las salas de espera ignorando elegantemente a toda la concurrencia ensimismadas con música en los oídos, su teléfono inteligente o alguna revistucha mamerta de esas en donde les dan tips de sexo, mismos que en su mayoría son más falsos que una moneda de tres pesos…

-Qué haces???

-Eh??? No sientes rico???

-Eee, esteee, casi no… Lo leíste por ahí, verdad?

-Jeje, jeje.. je

-(ay Cosmo¡! nadamás desinformando recurso humano con potencial…)


Pero bueno, estábamos en los aeropuertos… En cada etapa de la vida de uno se interesa en diferentes cosas, recuerdo tratar de adivinar, cuando niño, el “avión que nos tocaría”, ya más grandecito pensar ni nos iba a tocar abordar a patín desde el suelo o por el “gusano”. Nunca realmente contemplé, sino hasta por allí de los 16, el potencial pasarela de un aeropuerto.

De verdad, esa fantasía sexual tan repasada del baño del avión con una guapa azafata se esfumó hace mucho tiempo ya, basta con tratar de hacer pipí sintiéndote indígena maya con una tabla en la frente (el panel plástico que invariablemente te da en cara a menos que te sientes pa’ mear) todo entumido y acalambrado, en serio, lo último que pasa por la mente es “flush para dos”…

Las azafatas, recuerdo bien, siempre han llamado mi atención. Ellas son expertas en eso que llaman: “sacarse provecho”, hasta la más desgarbada mujer ya peinadita con jitomate y enfundada en ceñidos y a-mi-ni-fal-da-dos uniformes se ve guapetona, además se conducen con mucha seguridad. Era siempre agradable fantasear con un susurro al paso: “nos vemos en el baño en cinco”. Nunca llegó tal, en su lugar era siempre “pasta o pollo”?... pero ahora son “cacahuates o papitas”?...    

Las de aerolíneas asiáticas, por ejemplo, son una colección de hermosas muñequitas de porcelana, si tuviera que hacer una comparación gastronómica serían una bolsita de gummy bears que cobra vida y desfila con gracia sin igual…

Mis maletas siguen a medio desempacar allá, en otro cuarto, desde hace ya cinco días… Parte tendrá que ver con el desazón que produce dejar lugares familiares, agradables y personas entrañables a quienes duele no ver con frecuencia. Otra parte, estoy seguro, reside en el miedo a sacar eso, eso que saldrá seguramente justo después de los calcetines sucios.

Me pregunto si los nómadas tenían la ventaja de nunca tener que desempacar nostalgias, recuerdos rotos, y grandes frascos llenos de amargas lágrimas (que hoy en día deben de viajar en el equipaje documentado…) Por mí mejor¡! Debe, sin duda, haber sido una dinámica diferente para esas tribus, no muy lejana quizá de la de un circo, una compañía de teatro, de una de esas carpas viajeras en las que cuentan se podían ver en vivo a los grandes artistas y comediantes que nuestra generación solo conocimos en televisión. O también… se parece mucho… al estilo de vida de una… guapa y misteriosa… aza…fata…

Por otro lado, ayer recién platicaba con un buen amigo, con quien coincidimos en no sentir realmente un sensible arraigo en ésta ciudad. Si bien es cierto que tengo más tiempo de mi vida de residir aquí que incluso en mi ciudad de origen, no me siento “de aquí”, a veces me tienta la idea de mudarme a vivir a un lugar lejano, pero de una u otra manera, tendría que empacar en la misma maleta y cargar con “eso” allí dentro a otro lado, lo cual  tendría como destino el mismo callejón sin salida. No hay que bajar nunca la guardia ante esos cuatros mentales auto-impuestos.    

…Las de aerolíneas asiáticas… ahhh¡!...

La opción siempre permanece tentadora, no desempacar la maleta, dejar dentro los asuntos inconclusos. Total¡! Alguien quizá la ocupe antes que yo de nueva cuenta y se tome la molestia de vaciarla previo a echar lo suyo, mas mucho me temo que me dejarán sobre la cama “algo” y me dirán: creo que esto, es tuyo, acomódalo…

Abandonar la maleta con todo y su contenido (figurativamente hablando), tendría consecuencias dolorosas y severas… Está prohibido dejarlas fuera de nuestra supervisión, serán inevitablemente decomisadas y no devueltas nunca.

Hoy hacen ya más de trece años que decidí dejar de volar permanentemente para no deshacer maletas. Extraño a las azafatas, pero el personal de tierra tiene igualmente un atractivo mayúsculo.

Desde aquí veo la puerta del otro cuarto. Quizá sea ya hora de desempacar de una buena vez, lo que sea que eso signifique...

-Francisco Delfino.

Pd: se han fijado que me encanta el uso de las cursivas? Estará allí la clave?...