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lunes, 2 de julio de 2012

De súper-conductores y sal.


Y ya parecía que ella se iba quedando sin miradas, su vista viajaba de mi izquierda a mi derecha sin pasar por mí, alguien me aseguró que físicamente aquello era imposible, mas como tantas extraordinarias cosas que era ella capaz de hacer, éste truco que desafiaba las leyes naturales no era la excepción. El vaivén de sus ojos desenfocados era doloroso de imaginar, ni hablar del dolor que provocaba en mí la indiferencia de la luz que se colaba en sus pupilas…

Cuántos sentimientos existen? –Me preguntó alguna vez Beto.

Menuda pregunta. Si tomamos la vista por ejemplo unos de los tantos factores que gestan un sentimiento, no nos será difícil imaginar la inmensidad dentro de la inmensidad. Es decir, he visto las llaves de pantones que cargan por allí, ya cada vez con menos frecuencia, los que trabajan con color… Es imposible a cierto punto determinar la diferencia entre un color y aquél que le sigue de manera inmediata, ya no sabe uno si se trata de un marrón tirando a vino tinto o un morado que perdió su güasonería en un descuido. Eso es la vista, si añadimos el gusto, el tacto el olfato y el oído, la cosa se va poniendo un poco más complicada, si encima le tiramos el pensamiento encima… ya van averiguando por dónde mastica el verde reptil.

Hasta hace algún tiempo, en mis habilidades vivía la de mantener la mirada de aquella mujer dormida en mis ojos. Algo sucedía en ellos que hacía encallar su atención, horas y noches enteras. No existía diálogo alguno que no pudiera viajar en entre sus parpadeos y los míos, ni había algo que valiera la pena que no pudiera decirse llevando los ojos a alguna esquina de sus cuencas… Ahora cuando coincidimos en un afán por retomar el tema, sus palabras en mi ojos tallaban como granos de arena, como aquello que ha de sacarse cuidadosamente sin lastimar irreversiblemente el sentido…

Haciendo gala de mi capacidad analítica, en síntesis me apresuré a contestarle a Beto:

–Amigo, yo creo que los sentimientos son infinitos. Creo que sería prácticamente imposible delimitar el final de la euforia con el principio de la alegría superlativa si es que se dan en ese orden y sentido,  entendiendo una gama de consenso general entre lo que tú entiendes como uno y otro con las demás personas. Es muy complicado, debe ser un número infinito. Ambos reímos al recordar una añeja discusión con otro amigo en común, quien sustentaba la teoría de que la música era finita. Que una escala finita de notas puede llegar a producir solamente un numero finito de melodías, es decir, que en teoría cualquier canción estaba ya inventada en algún punto del tiempo. La teoría de éste amigo no dejaba de ser interesante, no obstante lo poco romántico del concepto.

Si bien era cierto que su lenguaje corporal era majadero e insolente ante mi costumbre, yo seguía prendido de la idea de enganchar sus pupilas como quien trata de enhebrar un hilo a contra-reloj, cuando se ven los segundos llegar a nada. La falsa certeza que me provocaba pensar que podría asir por un momento su atención, otra vez, de una vez, era la misma que me consumía cada vez, de una vez… Parecía que me hubiese tomado contra exigencia de explicación ante lo obvio que desarma, ante lo que solo tiene una interpretación y no se quiere pronunciar, las palabras se atascan en el camino unas con otras, como las miradas que no encuentran blanco ni respuesta y se condensan en sal, amarga e irritante. 

Sinceramente y ya a distancia en el tiempo, creo que los sentimientos son los neurotransmisores entre las neuronas del alma y las neuronas del cuerpo. Son los servo-motores que nos dicen cómo y donde está la razón en relación con los otros. Los sentimientos son los catalizadores de las relaciones humanas. Un cuerpo catatónico se desconecta de su entorno incapaz de desembarcar con los demás. Los sentimientos han de ser los súper-conductores por excelencia, lo que va después de la fibra óptica esa tan de moda. Finitos o infinitos? No lo sé Beto. Tampoco podría catalogarlos como buenos o malos, porque finalmente desencadenan en una conducta, que debe de ser consciente y responsable en la mayor de las veces por lo menos.

Debo haber sido capaz de enlazar una mirada, una vez, de una vez… Quizá pronuncié aquello que no tiene otra forma de decirse porque mis ojos estaban calmos y sin sal… Quizá miré algo bien, porque en mis recuerdos solo vive la mirada que cada noche se dormía en mis ojos, una vez, de una vez…

















Francisco Delfino.

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